El Carné del apátrida

José León D’Alessandro. jrleonda@gmail.com

 

Así de monumental es la culpa del indocumentado que mal gobierna a mi país en cuya proyección se dibuja con total nitidez su impostura en cada una de las intervenciones públicas.

Aún el menos informado de los ciudadanos sabe que es suficiente con poseer cédula de identidad para todo cuanto se relacione con acreditar legalmente su estancia a lo interno del país; y el otro documento, esta vez a efectos de validarse fuera de las fronteras lo constituye el pasaporte. De ahí en adelante es posible disponer de tantas credenciales que nos vincule como miembros de una cofradía, club social o deportivo, comunidad religiosa, etc. Lo que no tiene asidero legal bajo ningún pretexto es el de poseer con carácter obligatorio ese adefesio mal llamado -por mal nacido- carnet de la patria, a no ser que la intención, y en efecto lo es, la de subyugar a los ciudadanos con el deleznable propósito de establecer un apartheid en aquellos pobladores por rehusarse a ser sometidos y etiquetados como enemigos del gobierno.

En tanto, el indocumentado que funge de presidente apoyado en la mentira como la peor arma para desdibujarle el rostro a la república, se encamina a secuestrarnos en su delirio por igualarnos en la condición de apátridas sin la identidad que caracteriza a las sociedades organizadas, de modo de convertir nuestro espacio geográfico en un botín al alcance y usufructo de unos pocos, incluso aquellos no nacidos en nuestro suelo (Maduro dixit) y que hoy pretenden ocultarlo de la mirada y alcance de la justicia internacional, puesto que la nuestra se quitó la venda al declararse completamente ciega.

El éxodo de cientos de miles de venezolanos huyendo de la hambruna, desafiando distancias y condiciones climáticas adversas, desmembrando sus núcleos familiares en una como riada humana en busca de la tierra prometida. La misma riada que en estos días ocurre en el estado Bolívar como consecuencia del desborde del río Orinoco provocando serias inundaciones en poblados y caseríos, además del estado Delta Amacuro.

El desbordamiento del padre de nuestros ríos no es un hecho casual producto del incremento de las lluvias; lo que ocurre es de suma gravedad y presagia situaciones por demás lamentables e irreversibles  ante la pérdida de enseres, viviendas y el brote de enfermedades debido a la manera cruel e irresponsable como se viene dañando el relieve geográfico de la Guayana venezolana.

Por mis manos pasaron los apuntes de un joven estadounidense como paso previo a la edición del libro «Zonas de vida de Venezuela», bajo los auspicios del Fondo de Investigaciones Agropecuarias (Fonaiap). Entonces me desempeñaba en la Oficina de Comunicación Agrícola del Centro de Investigaciones Agropecuarias, dependiente del Ministerio de Agricultura y Cría durante la década de los sesenta del siglo pasado, teniendo a mi cargo la secretaría de la revista Agronomía Tropical bajo la dirección del Ingeniero Agrónomo y profesor universitario Bruno Mazzani Paglia.

Jhon Ewald (¿ingeniero, edafólogo?) se dedicó a recorrer los accidentes geográficos del país con el propósito de señalar aquellos lugares aptos para el desarrollo agropecuario y los que debían ser protegidos por estar asentados en zonas vulnerables a la erosión.

Aunque la región de Guayana exhibe una exuberante vegetación es la que ofrece la menor base de sustentación, por lo que cualquier manejo irracional del relieve vegetal la expone a la total desertificación con el paso de los años, entre otros factores, la explotación minera a cielo abierto.

Y es lo que está ocurriendo, consecuencia de la brutal e irracional explotación del oro. La superficie sucumbe debido a enormes socavones producto de galerías y túneles en un desenfrenado afán por conseguir el preciado metal en desmedro de la biodiversidad.  Estamos palpando la realidad y todo presume avizorar la destrucción de una de las bellezas naturales mas antiguas del planeta susceptible de desaparecer ante la mirada indiferente de los portadores del «carné del apátrida».

Cerca de ahí el Esequibo, esa franja de tierra semejante al teclado de un piano adosada a nuestra geografía y cuya titularidad reclamamos desde 1811. Casi 160.000 km2 parecerían perdidos como consecuencia de la inexcusable y acomodaticia conducta de la Cancillería en manos de inexpertos sin el menor sentido de patriotismo; mercaderes de los bienes de todos con tal de comprar conciencias en foros regionales y de ese modo neutralizar legítimos postulados en demanda del respeto a la libertad.

Es cierto que la tragedia es de enormes proporciones, todo parecería imposible de detener; sin embargo, percibo a una juventud combativa con espíritu de lucha solo comparable a los jóvenes que nos dieron patria e identidad.

Si fuimos capaces de construir una nación libre y soberana, ahora es el momento de honrar nuestro gentilicio: debemos unirnos con el solo objetivo de desalojar del territorio a los depredadores, los ilegítimos portadores del carné del apátrida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La rebelión de las pocetas

José León D’Alessandro. jrleonda@gmail.com

 

No se me antoja otra cosa que no tenga que ver con ese receptáculo revestido de un acabado tan pulcro en el que todos, desde los mas acomodados hasta los mas exiguos de los mortales llevamos la costumbre de posar las asentaderas para hacer de cuerpo, como suelen decir los españoles; manera por demás sofisticada para referirnos al momento de vaciar por el tobogán lo que antes sirvió de combustible para mantenernos vivos y con las pilas puestas.

Sin embargo, la rutina puede verse interrumpida por distintos motivos: usuarios dejan de ingerir alimentos, cuestión que de manera exponencial se incrementa a diario en la realidad de los venezolanos ante la escasez y elevados precios, o la falta de agua, también ausente de las tuberías por días, semanas o meses aunado a la interrupción del servicio de electricidad impide drenar los residuos; y lo peor, el revulsivo que termina por rebosarla dando origen a una rebelión, en este caso de las pocetas.

Poesía por demás malsonante lo que dibujan estas palabras. Hubiese querido inspirarme en rebeliones si se quiere sublimes humanizadas por la figura de una flor, como es el caso de la llamada revolución de los claveles que desalojó del poder a Oliveira Salazar en Portugal, durante el alzamiento militar de 1974 acabando con una dictadura de más de 40 años; o la huelga general política y cultural conocida como el mayo francés de 1968. Y mas reciente, la revolución de los jazmines en Túnez, también conocida como la Primavera Árabe 2010/2011.

Siento vergüenza con 83 años a cuestas al describir lo que nos acontece a los venezolanos, todos sin excepción, los urbanizados y los que cohabitan en las casas de cartón, los buscadores de oro en las aguas negras del río Guaire, o los depredadores del Macizo guayanés, mercaderes de divisas transformadas en lingotes de oro y sustraídas de la dieta de los escarbadores de basura, dando origen a la supra clase social de los bolichicos y al holding Flores/Soles en cuyos últimos veinte años hemos sido partícipes pasivos por miedo e indiferencia y/o coautores en modo cooperante en la rebelión de las pocetas.

Dirá usted que hasta las flores que acá se producen vienen impregnadas del olor nauseabundo que emana de las pocetas rebosadas de estiércol.

Hoy amanecimos tan embarrados que aún hay quienes creen que todo es mentira, que mañana no habrá empleo para nadie, ni comida, ni educación, o bienes adquiridos luego de años de trabajo; salud ni futuro, menos respeto por tu dignidad y la mía.

Y por si fuera poco, tampoco coraje como para acompañar a los convocantes a huelga general y resistir hasta vencer, lo que si hicieron y lograron militares y civiles de forma clandestina en enero de 1958 sin el concurso de las redes sociales.

Hasta la indiferencia nos ha invadido y perdido la noción de vernos retratados en la más dramática y escatológica imagen del joven Juan Requesens, cuestión que día a día se incrementa y cada vez son mas las víctimas de los coprófagos militantes de la rebelión de las pocetas.

Y, mientras tanto, un ejercicio premonitorio del escritor transmuta la fantasía en realidad.

Famélica, la piel pegada a los huesos y presa de desesperación preguntaba la mujer en la novela «El coronel no tiene quien le escriba», original de Gabriel García Márquez: «Dime qué comemos»

¡Mierda!

 

 

 

 

 

 

 

Venezuela: el apagón que pone a temblar al gobierno

José León D’Alessandro. jrleonda@gmail.

¡Capacidad de asombro! Teníamos.

Ahí está lo grave porque todo cuanto acontece en nuestro suelo lo damos por cumplido, basta con refugiarnos en la cita humorística a la espera de un nuevo acontecimiento que nos distraiga el hambre que padecemos.

Cada día vemos languidecer nuestros sueños frente a la opacidad que nos arropa; se nos va la vida inmisericorde ante la crueldad de quienes se valen del poder para oscurecerlo todo ante nuestros ojos. Cada vez son mas siniestras las maniobras de los usurpadores del poder en causarnos daños irreversibles.

Estamos dando palos de ciego sin rumbo fijo, las causas son múltiples y de una manera u otra, sin excepción, nada nos produce asombro frente a la oscuridad que nos atosiga, aún a sabiendas que cada escándalo es una vuelta de tuerca para perseguir y encarcelar a quienes denuncian sus tropelías.

No se trata esta vez de un simple y pasajero apagón de los que a diario, por horas y días ensombrece nuestro suelo; ni siquiera la manera como los responsables de hacer posible alumbrarlo se escudan en excusas que delatan su incompetencia. Nunca la sombra hubo de ser tan oscura, cruel y perversa.

Quienes hemos disfrutado la dicha de estar presente en los actos de grado de nuestros parientes y amigos en algún instituto de formación académica, incluidos los castrenses, tal vez recordemos uno en especial por ser la institución universitaria más antigua del país: la Universidad Central de Venezuela.

Esta casa que vence la sombra/con su lumbre de fiel claridad…» así comienza la primera estrofa del himno ucevista y la evoco ahora porque a pesar del despiadado afán de la gavilla que se hace llamar gobierno pretende apagarla.Su campus es y seguirá siendo fragua donde se forja el grito de libertad.

La juventud que hace vida en institutos de educación superior, incluidos los militares, reitero, son conscientes de la tragedia que minuto a minuto padecemos; es ahí la razón de luchar con sus escudos de cartón para hacerle frente al peor de los apagones: ‘el apagón intelectual, del conocimiento y la razón’.

No es momento para hacer chiste cada torpeza de quienes llevan veinte años mofándose de nosotros con absoluto desparpajo. Ellos se posesionaron impunemente de todos los espacios, fabricando con nuestras herramientas constitucionales la densa sombra hasta ver sucumbir el intelecto con un lenguaje procaz y amoral.

Entre tanto, son ellos los que elaboran el libreto de los chistes en el entendido que: En la oscuridad no triunfa sino el crimen, pensamiento de Simón Bolívar, el defenestrado, el blanco de origen español peninsular; profanado y redivivo en zambo digitalizado hasta proyectarlo, salvando las distancias, en fetiche cuajado de abalorios y bienes mal habidos.

Son ellos, urdiendo falsos escenarios con tal de justificar el poner tras las rejas a una mujer, ciudadana como usted, lector amigo y este escribidor, cuyo derecho a opinar es una conquista de las sociedades libres. Una mujer con la rara virtud de mantenerse fiel a su pensamiento democrático, sin palabras engominadas y posiciones ambiguas: «Expropiar es robar» disparadas a bocajarro al mismísimo desconocedor de la Constitución y las leyes; expresión por lo demás dichas en el recinto de la Asamblea Nacional en los tiempos cuando el «chavismo» gozaba del beneplácito de la mayoría cegada y embriagada de populismo.

«Águila no caza moscas», lejos de significar agravio para quien hace uso de la palabra en la sede del parlamento donde se discuten y se adversan posiciones políticas, mas no se ve al adversario como enemigo, porque por encima de lo personal está el interés sagrado del colectivo, se marcó a María Corina Machado, como dicen los francotiradores a sueldo. Esta mujer no solo perdió su curul (235.000 votos), sino que tiene prohibición de salida del país, se desmarcó de los llamados factores de oposición que cohabitan en la MUD por su actitud genuflexa y colaboracionista, sufre a diario persecución y es un claro objetivo del régimen.

El circo escenificado en la avenida Bolívar de Caracas no solo fue para distraer a los ciudadanos que sufren infinitud de problemas, además de la improvisación durante la exhibición del paraguas y cortinas antibalas, tampoco para el sálvese quien pueda cuando efectivos militares corrieron despavoridos como si fuera un remake del día en que Orson Welles sembró el pánico en «La guerra de los mundos» hace 80 años.

El plan de vuelo del «dron artillado» es otro libreto cocinado en el laboratorio del psiquiatra y cuyo objetivo en clave MCM es apartar de la escena a la mujer que tuvo el coraje de advertir que pronto el robo desde las distintas instancias de poder se multiplicaría como bacterias, causando desolación y hambruna en los ciudadanos.

Quizás el apagón mental que llena de pavor y de sombras a Miraflores es por cuanto María Corina Machado ha expresado en reiteradas ocasiones, sin que le tiemble la voz:

«A Maduro lo quiero vivo para que enfrente la justicia».

Y con élla la Venezuela digna.